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Cumbre del G-20

China es la gran ganadora de la cumbre del G-20. Pero su premio puede no ser tan bueno como parece. La tercera economía más grande del mundo debería beneficiarse del congreso global del pasado fin de semana más que la mayoría de participantes. Es una vergüenza que las grandes preguntas a resolver en la cita, como de qué manera se debería luchar contra los desequilibrios globales, permanezcan sin respuesta.

El principal trofeo del presidente Hu Jintao es el plan de impulso al comercio global, que incluye 250.000 millones de dólares de financiación a la importación y exportación. Cuando los flujos de comercio global se benefician de medidas, también lo hace China, cuyo gigantesco sistema de exportaciones ha sido duramente golpeado por la crisis financiera. La exportación de productos baratos supone un tercio del crecimiento de China.

Una mejor financiación del comercio no es una panacea. La recesión global es probablemente demasiado profunda como para que China consiga su objetivo de que su PIB crezca un 8%. Pero el nuevo acuerdo debería al menos frenar la corrosión del sistema.

La otra victoria de Hu ha sido conseguir una voz global para China. La reforma del FMI aumentará el peso del voto chino del 3 al 3,7%. Además, China fue una de las pioneras en diseñar los contornos de un mundo posdólar. Cuando Pekín habla, puede que mucho de lo que diga sea palabrería, pero ahora el mundo le escucha.

El G-20 no hizo ningún progreso en el tema global que seguramente importa más a China: conseguir que el comercio global se recupere. China, con su enorme superávit comercial, querría una transición coordinada hacia un mundo más equilibrado. No quiere ni dejar que suba demasiado el yuan, que encarecería sus baratas exportaciones, ni aceptar una caída del dólar. No en vano, tiene un portfolio de 1,4 billones de dólares en activos de los que preocuparse.

Tanto el superávit comercial de China como el déficit de EE UU han estado cayendo. Pero podría tratarse simplemente de efímeros efectos colaterales del crac del comercio global, y no de señales de un reequilibrio duradero.

Así que es poco probable que el G-20 cambie los malos hábitos de China. Pero debería hacer que Hu se sienta más importante. Después de la semana pasada, el mundo puede decirle adiós a la primacía del G-8 y saludar al G-9.

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